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viernes, 24 de diciembre de 2010

LA LUZ RESPLANDECE EN LAS TINIEBLAS, Y LAS TINIEBLAS NO LA DOMINARON. ¡Esto es NAVIDAD! Juan 1:5


En las vidrieras de la juguetería del barrio en que nací, cada Navidad armaban un gigantesco pesebre, al que no le faltaba nada: Pastores, Magos, estrella, José y María, el niño, el asno, el buey; pero más allá de esas conocidas figuras se encontraban también cascadas, montañas, cuevas, bandadas de patos, caravanas de camellos, lagos con cisnes, etc.

La exhibición tenía un propósito comercial, por lo cual el juguetero circundaba el pesebre con un tren eléctrico que constituía su oferta de Navidad y que circulaba incansablemente entre pastores y rebaños. Nuestros ojos infantiles no reparaban en esos anacronismos, no nos poníamos a pensar en que una cosa no tenía nada que ver con la otra. En cambio, en nuestras almas se amalgamaban dos antagónicos sentimientos: la ternura y la codicia. Pero en aquel momento no podíamos tampoco diferenciarlos mucho.

Trajinando el tiempo, uno se encuentra nuevamente con la Navidad, pero ahora la mirada crítica se hace inevitable. También hoy, alrededor de la fiesta navideña, se dan cita la ternura y la codicia. El villancico suena incansablemente para enternecemos, el comercio se desborda sobre esta fiesta y la convierte en una suerte de mercado anual de las ilusiones, donde todo se compra y todo se vende, sin tener muy en cuenta su origen o significado.

Papá Noel, el árbol, las guirnaldas, el pan dulce, la ensalada de frutas, las nueces y avellanas, turrones, trineos y renos, falsos copos de nieve, intermitentes luces de colores, "Felices Fiestas”, postales con y sin música incorporada, muérdagos y... ¿para qué seguir? No obstante, nadie puede permanecer ajeno a tanta jubilosa actividad. Los sicólogos y sociólogos tal vez nos podrían hablar de evasión o alienación. Pero ¿cuál es el análisis pastoral?

Dos posturas antagónicas suelen manifestarse en estas fiestas, dos actitudes cuyo origen podría rastrearse en toda la historia, y que para nuestra comodidad vamos a llamar actitud represiva y actitud permisiva.

La actitud represiva trata infructuosamente de ignorar y denostar la Navidad. Motivos no le faltan: muchos de los elementos responden a tradiciones paganas que se infiltraron dentro del cristianismo (la fecha del 25 de diciembre, el "arbolito", etc.) y esta invasión llegó a tal extremo que hoy no sabemos muy bien si se celebra al Niño de Belén, a la familia propia o a Papá Noel (y, en rigor de verdad, tenemos que decir que entre los niños despierta más inquietudes el mítico personaje de níveas barbas que el Dios hecho hombre. Papá Noel es más recordado por los niños que el Jesús que se encarnó en Belén). Sin embargo, esta postura suele ignorar dos cosas importantes:

En primer lugar, que por más que se argumente contra la fiesta (negando la veracidad de la fecha, criticando los elementos paganos, censurando las costumbres tradicionales) la celebración se impone por la fuerza de la costumbre y, en segundo lugar y a consecuencia de esto último, se pierde una oportunidad importante de reivindicar los verdaderos valores que rodean el tema de la Navidad. La censura termina minando el festejo de la visitación más grande que la humanidad haya conocido jamás. Es como tirar el agua sucia con el niño que acabamos de asear allí.

Frente a esta postura represiva, muy difundida en nuestra infancia, aparece otra: la actitud permisiva, que admite e incluye todos los elementos tradicionales, sin cuestionarse demasiado su origen y significado y enfatizando la parte social y lúdica. Esta actitud cae en un sincretismo que muy poco favor le hace al pueblo de Dios en su necesidad de comprender y transmitir "el misterio de la piedad". Aquí es cuando Navidad es sinónimo directo de arbolito o de lo que trae Papá Noel. Lo más importante es que tenemos una fiesta con familiares, que habrá algo de fuegos artificiales y que la familia estará y reirá unida.

Creo que queda una tercera opción a considerar, la actitud reflexiva. La Navidad es un fenómeno social instalado para siempre en nuestros pueblos con raíces muy profundas. En los países que han recibido corrientes migratorias o aportes de otras razas, se observa con claridad cómo la celebración viene arrastrando elementos tradicionales de cada grupo étnico, reafirma su identidad a través de los símbolos que ha manejado su cultura en su país de origen.
Pero ningún cristiano está cerrado a una propuesta espiritual y reflexiva. Esas propuestas pueden llegar a transformar una celebración frívola en una experiencia espiritual importante. Tanto para propios como para los extraños presentes.

NAVIDAD no son los mejores o los buenos deseos sino LAS ACCIONES CONCRETAS para abandonar las tinieblas y abrazar la LUZ que nos fue enviada de lo alto. (JRC)

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